lunes, 16 de febrero de 2009

Introduccion

En este trabajo hablaremos de la cultura maya. La civilización maya fue una de las de mayor trascendencia durante el periodo preclásico y clásico, todos sus avances e investigaciones científicas nos son hoy en día de gran utilidad, sus principales avances fueron en materia de astrología y ciencias exactas; así como agricultura y ganadería.
Estudiaremos sus principales centros religiosos y políticos, así como la arquitectura con la que cuentan. También veremos su periodo de máximo esplendor.
Nos internaremos en las entrañas de esta hermosa cultura en la que conoceremos su forma de vida, desde su estructura política, hasta su estructura social, sin pasar por alto su economía, agricultura y ganadería.

Hecho por: Erick Rafael Ruiz

Cultura Maya

Quienes eran los Mayas


Los mayas fueron una de las mas esplendorosas y poderosas culturas conocidas en Mesoamérica, realmente su civilización comprendió un período de 3,000 años। Ellos contaban con un lenguaje escrito, fueron arquitectos muy hábiles, arriesgados comerciantes y geniales artesanos। Se desenvolvieron en una sociedad agraria, y tuvieron sistemas religiosos bien desarrollados los cuales veneraban el cosmos. Las dinastías reales abarcaron gobernantes que construyeron exóticos templos y comandaron centros ceremoniales que permanecen hasta hoy.



La civilización maya está dividida en tres diferentes períodos de tiempo. El período Pre-Clásico comprendió los años 2,000 A।C. a 250 D.C.; el período Clásico entre los años 250 y 900 D.C., y el período Pos-Clásico desde el año 900 al 1,500 D.C., justo antes

de la llegada de los conquistadores españoles al Nuevo Mundo।





Los Mayas alcanzaron su punto máximo durante le período Clásico donde produjeron algunos de sus mas extraordinarios trabajos. Para cuando llegaron los europeos, el imperio había desaparecido misteriosamente, y lo que quedaba de el, esta débil y disperso.

Muchos grupos mayas, sin embargo, continúan defendiendo su tierra natal contra los invasores, rechazando abandonar sus antiguas creencias. Realmente, ni muchos siglos de dominio español han eliminado su lenguaje, vestimentas tradicionales o ceremonias religiosas, por lo que hoy en día los turistas tienen la oportunidad de conocer la era moderna de los mayas.

Ubicación geográfica maya।

La cultura maya cubrió el territorio sureste de lo que es hoy la República mexicana y que corresponde a los estados de Yucatán, Campeche, Tabasco, Quintana Roo y la zona oriental de Chiapas, lo mismo que la mayor parte de Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice, cubriendo una extensión territorial que varía, de acuerdo con los diversos arqueólogos e historió grafos, entre 325,000 a 400,000 Km2, teniendo por límite el Golfo de México y mar de las Antillas; el océano Pacífico; el río Grijalva (conocido en Guatemala como río Usumacinta), en el estado de Tabasco y el río Ulúa en Honduras y el río Lempa en El Salvador actuales.


Origen de los mayas.

La trayectoria histórica de la civilización maya prehispánica se ha dividido en tres grandes períodos:

El preclásico


Este es el periodo de Formación, durante el cual la población creció, la agricultura desarrolló nuevas técnicas y gobernantes que fueron evolucionando a partir de poderosos líderes espirituales. Los centros ceremoniales Mayas de los inicios surgieron en las tierras bajas y los gobernantes del Preclásico consolidaron su poder y centralizaron su autoridad.

El período preclásico está también llamado Período Agrícola, comenzaría en el año 1000 a. d. C y terminaría al 320 d. C. Durante este periodo se desarrolla el idioma maya, el pueblo maya adquiere experiencia y algunas grandes ciudades aparecen.

El clásico



Este empieza alrededor del siglo III, Fue caracterizado por el surgimiento de las ciudades-estado gobernadas por reyes poderosos quienes adoptaron un sistema jerárquico de gobierno. La astronomía, la medicina y la escritura se desarrollaron. Estos grandes estados urbanos fueron construidos alrededor de los centros ceremoniales y cubrieron amplias áreas de tierra. A este periodo le debemos algunas de las más grandes maravillas arqueológicas conocidas por nosotros y que fueron construidas por la asombrosa civilización Maya.

También llamado Periodo Teocrático, abarca desde los años 320 a 987 d. C aproximadamente. Recibe este nombre porque en un principio se creyó que fue el grupo sacerdotal el que detentó el poder político y que toda la vida económica, social y cultural se desarrolló en torno a la religión। Consecuencia una fuerte estratificación social.


Período Posclásico



Abarca los años 988 -1687 d.C. Una vez abandonados los centros ceremoniales mayas del periodo clásico, la fuerza generadora de esta época va a ser una corriente migratoria identificada étnicamente con los mayas arraigados en la región, que traía consigo una cultura mestizada de fuerte contenido náhuatl।







Hecho por: Verónica Maribel Salguero Palacios


Organización Política Maya


Los mayas primitivos se agrupaban en pequeños caseríos, distantes unos de otros. Posteriormente fueron erigidos algunos centros ceremoniales. La vida de estos primeros habitantes del área maya dependía enteramente de los elementos naturales y del cultivo y recolección de sus cosechas. Con la vida sedentaria y la práctica continua de la agricultura primitiva, surgió lo que al principio fue el culto sencillo de la naturaleza y de los elementos ligados a la siembra, tales como el sol, la lluvia, el viento, las montañas, el agua, etc. Habría que imaginar que las sencillas ceremonias eran oficiadas y dirigidas por el jefe de la familia. Posteriormente, con la tecnificación incipiente de la agricultura, la práctica religiosa fue organizada en forma más compleja y surgieron los primeros sacerdotes profesionales. Los sacerdotes se convirtieron el los depositarios de la ciencia y adquirieron un poder político creciente que los transformó en una casta dominante. A ellos se debió el perfeccionamiento del calendario, la cronología y la escritura jeroglífica. En el siglo IV de nuestra era, la cultura maya se había establecido sólidamente en el norte y en el centro del Petén. La religión maya se había convertido en un culto sumamente desarrollado y complejo. Hemos visto cómo la primera etapa de la civilización maya transcurre durante el ciclo correspondiente a la caza, a la pesca y recolección. También hemos conocido la etapa correspondiente al cultivo de las primeras plantas o período inicial de la civilización agrícola. Durante esta segunda etapa surgió una nueva unidad política que era la aldea gobernada por un consejo de jefes o cabezas de familia. La tercera fase del desarrollo de la civilización maya corresponde un orden social y económico, en el que predomina la mujer y se establece el matriarcado. La cuarta etapa de desarrollo se caracteriza por la consolidación de las formas esenciales de la civilización maya y por el paso del derecho materno al paterno definitivo. En la época de mayor florecimiento de la civilización maya, la jerarquía del poder estaba conformada por: • Sacerdotes gobernantes • El sumo sacerdote maya (Ah-Kin-May) • El sacerdote (Halach Uinic) • Jefes y señores principales (Bacab) • Mayordomo real • Consejo de estado, integrado por los sacerdotes y gente principal • Jefes guerreros (Nacon)


Organización Económica Maya


La economía es muy simple, ya que la producción depende de los requerimientos familiares, pero poco a poco se genera una división del trabajo, que dará origen a la diferenciación de clases sociales. Cuando se inicia la agricultura y los grupos mayences se hacen sedentarios, esa actividad se convierte en la base de la economía, complementada con la caza, la pesca y la recolección. El sistema agrícola de los mayas fue el de rosa o milpa, el cual consistía en derribar árboles y arbustos, quemarlos y después sembrar usando un palo aguzado, llamado bastón plantador, al inicio de la temporada de lluvias. El descubrimiento de restos de obras hidráulicas indica que los mayas construyeron canales para riego, lo que les permitió una mayor producción agrícola. La tierra era explotada de forma comunal. El comercio tuvo gran desarrollo. Se exportan productos como miel, copal, algodón, cacao, plumas y obsidianas.


Organización Social maya.


La sociedad en este periodo es todavía de carácter tribal, es decir, grupos de familias relacionadas por parentesco, que comparten una cultura, un lenguaje y un territorio. A medida que la agricultura se hace más compleja, creándose sistemas de riego e incluyendo el cultivo de productos comerciales, como el cacao y el algodón, aumenta la población y empiezan a surgir centros ceremoniales, así mismo se consolida la jerarquización de las clases sociales, que resulta de la división del trabajo. En los centros ceremoniales y ciudades, que se multiplican durante la época clásica y cuyo gobierno fue de tipo teocrático, habitaba la clase dirigente, ocupada en funciones intelectuales, como la planeación socioeconómica, la proyección de obras públicas, la organización política, la creación de conocimientos científicos (matemáticas, astronomía, cronología, medicina) y la conservación, por medio de una desarrollada escritura, de la historia de los linajes gobernantes. Los especialistas (constructores, artistas y artesanos), así como los sirvientes, residían también en las ciudades, mientras que los campesinos, habitaban cerca de las siembras. También se realizó comercio a gran escala, constituyéndose los comerciantes en otro grupo social. A pesar de todos los cambios ocurridos a finales del período clásico y en el posclásico, entre los que destacan el predominio de intereses pragmáticos y militaristas, la jerarquización social se mantiene firme; el único cambio parece haber sido la división de poder supremo en político religioso, que antes estuvieron concentrados en una sola persona. Según las fuentes, el estrato más alto estaba constituido por los nobles o hidalgos, llamados almehenoob por los mayas yucatecos, la gente de linaje ilustre, los destinados por decreto divino a gobernar sobre los demás, ya fuera con el poder político, con el poder religioso o con la fuerza de las armas. Así gobernantes (encabezados por el Halach unic, "Hombre verdadero"), sacerdote, (una jerarquía en cuya cúspide estaba el Ahau can, "Señor serpiente"), jefes guerreros y quizá los comerciantes, que tenían ciertas funciones políticas, pertenecían a esta clase privilegiada. Bajo ellos, estaba el pueblo, los hombres sin grandeza o ah chembal uinicoob, "hombres inferiores", quienes se dedicaban a la construcción, a las artes, artesanías y a labrar la tierra। También existieron esclavos (pentacoob), que eran delincuentes, prisioneros de guerra, huérfanos e hijos de esclavos; pero ellos no fueron numerosos ni jugaron un papel importante en la sociedad.


Religión Maya


La religión era una parte importante de la vida Maya que regulaba casi todo। Los sacerdotes eran considerados como el segmento de población mas importante de todos usualmente eran los jefes reinantes y solamente ellos eran educados para conocer todo lo que sus dioses significaran (rituales, oraciones, etc.). Ellos creían que sus dioses habían destruido y recreado su mundo muchas veces por lo cual ellos estaban siempre tratando de complacerlos con sacrificios y siempre tenían miedo cuando ocurrían eventos naturales como las sequías, tormentas, y otros desastres naturales. Todos sus dioses se relacionaban con la naturaleza y eran referidos como los dioses de una parte de ésta (dios del sol, de la lluvia, de la luz, etc.). Su ser supremo y creador del universo era Hunan Ku a quien le atribuían todas sus acciones y creaciones. Sus dioses más importantes después de él eran los dioses de la luna y del sol. Los mayas también pensaban que estos dioses eran los padres de los humanos (el dios del sol era el padre y el dios de la luna era la madre). El dios del maíz era responsable de las siembras y de las cosechas. Las estatuas lo muestran portando un penacho hecho de hojas de maíz. Habían cuatro dioses de la lluvia llamados Chacs (quienes controlaban la cantidad de lluvia, los truenos, los relámpagos las tormentas, etc.). Los Chacs eran venerados por los campesinos mayas. Cada actividad o trabajo tenia su propio dios o diosa.


El Arte Maya.


El arte Maya, es un reflejo de su estilo de vida y cultura. Este arte se manifestaba, en dibujos y pinturas en papel o al fresco, bajo y alto relieves en piedra, madera, barro, jade, y hueso, así como figurillas de barro. El proceso técnico de los metales era conocido, pero su escasez los hizo utilizarlo solo en adornos. La Música era muy apreciada y hay pruebas de obras teatrales, que se llevaban a cabo en las ceremonias públicas. La nobleza Maya encargaba trabajos muy finos para sus palacios, y para acentuar su grandeza, entre éstos, joyería de turquesa, Jade y Obsidiana transportada por mercaderes desde las Tierras Altas de Guatemala. Tronos grabados, pinturas murales, así como cerámica policroma con escenas de la vida en las cortes, y por supuesto, Estelas con textos para ser recordados por sus hazañas en batalla. La mayoría de figurillas de una extensa variedad, se han encontrado en tumbas reales. El arte Maya, no era solo para la realeza, como lo atestiguan los muchos hallazgos en las casas de la gente común.

Hecho por: Alex Javier Renderos

Conclusiones

El pueblo Maya se caracterizó por sus grandes centros políticos, económicos y religiosos.
Se desarrollaron como una de las culturas mas importantes de la antigua Mesoamérica; es heredera directa de la cultura Olmeca y se inició en el periodo pre-clásico.
Se destaco también por su interés en las ciencias, lo cual los hizo crecer como cultura; su arquitectura de igual modo fue un símbolo de su grandeza.
La cultura maya se encuentra en la zona del sureste de México, abarcando también territorios de Guatemala y Honduras, el Salvador y Belice; en todas ellas se han descubierto ruinas mayas, que son una muestra de la habilidad artística.
La civilización maya comenzó aproximadamente en el año del 1500 a.C. y desapareció hacia el 900 d.C. por causas aún desconocidas.

Hecho por: Erick Rafael Cruz



Lectura Comprensiva

Leyendas mayas

El Callejón del Diablo



Hasta hace algunos años existía, a corta distancia de lo que hoy es el centro de la ciudad, una estrecha callejuela conocida con el nombre de Callejón del Diablo. La citada vía, que empezaba en el descampado de San Martín y desembocaba en la Zanja, consistía en un pasadizo sombrío bordeado de árboles frondosos y atravesaba un paraje solitario en el que, a modo de vivienda, se descubría una casucha paupérrima habitada por un tísico. Como se comprende, ya sea por el enfermo, por el nombre del callejón o quizá por su lobreguez, el hecho es que poca gente se aventuraba de día por esa ruta; y quien la utilizaba, procuraba salvar su recorrido apresuradamente. Naturalmente, de noche únicamente los temerarios se atrevían a cruzar la tal callejuela; teniendo para ello que valerse de todos sus sentidos, pues después del ocaso reinaba allí una profunda obscuridad.

Y viene el cuento. En cierta ocasión, uno de aquellos bravos que son capaces de tragarse el propio diablo volvía a casa, luego de una sabrosa plática con sus compañeros de la ritual tertulia nocturna. Se internó en el callejón y, hallándose casi a mitad del camino, acertó a vislumbrar una figura que se apoyaba en el tronco de uno de los árboles mencionados. Tuvo un ligero sobresalto, per inmediatamente se recuperó y mustió para sus adentros: -¿Con que forajidos a mí, eh? ¡Ahora verás!-. Y empuñando las manos, se dirigió resueltamente hace el sujeto. Ya se encontraba a unos metros del individuo cuando, de pronto, se iluminó la escena y surgió ante los ojos del valiente un ser horrendo que reía malignamente. El noctámbulo sintió que la tierra se hundía bajo sus plantas; pero, acicateado por su instinto de conservación, en lugar de desmayarse se puso pies en polvorosa, logrando así evadirse de una segura desgracia.

La noticia de que el callejón de marras se aparecía el demonio cundió entre la población y, a consecuencia del incidente ocurrido al trasnochador de la historia, se propaló que otras personas ya habían sido asustadas por el monstruoso espectro. Y, si regularmente el callejón era escasamente transitado en las noches, al comprobarse que Lucifer se había establecido en él, ya nadie osaba ni por equivocación usar este camino después de ocultarse el sol.

Y, como sucede siempre que se trata de las calamidades públicas, alguien ducho en cuestiones diabólicas aconsejó que, para evitar que el diablo comenzara a incursionar fuera de su reducto y se abatiese sobre la comunidad quién sabe con qué malditos fines, se depositaran diariamente bajo el árbol infernal algunas ofrendas, de preferencia joyas y monedas de oro. Y así se hizo. Lo curioso del caso es que los supersticiosos que todas las mañanas iban a dejar obsequios a Satán, observaban que los del día anterior se habían esfumado, lo que les afirmaba en su convicción de que el diablo se complacía con los regalos que el pueblo le brindaba.

Pero el misterio llegó a oídos de dos fornidos pescadores sanfrancisqueños, que ya se las habían visto en sus correrías marinas hasta con basiliscos, de manera que estaban curados de espanto. Y dialogaron así los lobos de mar: -¿Qué te parece lo del diablo de San Martín?
-A mi me parece que hay gato encerrado, y que el diablo ése tiene costumbres de ratero. Y tengo para mí que, como buenos hijos de Dios, si hay algo que no debemos permitir es el robo a sus ovejas, aunque el ladrón sea el mismo Belcebú
-¿Crees que podamos hacer algo?-, preguntó el primero; -Sospecho que sí-, contestó filosóficamente el interpelado.

Esa vez, al filo de la medianoche, dos siluetas penetraron resueltamente en el pavoroso callejón. Y, como es de rigor, el presunto diablo esperaba pacientemente apoyado en su árbol para infundir el terror del más allá al desprevenido transeúnte que se arriesgase a ingresar en aquellos dominios del infierno. Ya estaba el padre de las tinieblas listo para encender su cartucho de azufre y mostrarse a los que se aproximaban cuando súbitamente, a la luz de una antorcha nacida de la nada, vio emerger la imagen peluda, armada de negros cuernos y larga cola, del auténtico Satanás. No se reponía todavía de la sorpresa cuando experimento en las posaderas la mordedura de un fuego que le quemaba las entrañas, y que no era más que un tizón al rojo vivo que diestramente acababa de aplicarle en esa región uno de los pescadores; pues ya supondrá el lector que los sanfrancisqueños eran los autores del contraataque diabluno. Presa de un pánico indescriptible, el cavernícola sólo atinó a decir: -¡Jesús, el diablo quiere llevarme!-; y, profiriendo aullidos demoníacos, emprendió velocísima carrera, comparados con la cual los récords olímpicos no son sino juegos de niños.

A la noche siguiente, los pescadores se apostaron en el callejón, y, aunque montaron guardia hasta el alba, el diablo no apareció por ningún lado. Sin embargo, al poco tiempo de la vergonzosa retirada del adversario, se averiguó que un prominente personaje de la localidad se debatía entre la vida y la muerte a causa de una extraña y repentina enfermedad que, en forma de llagas, se le manifestó en los glúteos, aparentemente producidas por quemaduras profundas. El individuo sanó porque, según opinión del vulgo, se arrepintió de sus culpas y donó a una institución par pobres un lote de joyas, entre las cuales muchos creyeron reconocer las que ofrecieron al diablo junto al árbol.

Así fue ahuyentado el Angel Malo de su madriguera de San Martín. Y solamente quedó como recuerdo de los sucesos acaecidos el sugestivo nombre de Callejón del Diablo con que se designó durante largos años al siniestro recoveco antes de que, con el avance de la urbanización, desapareciera definitivamente de la red de vías pintorescas de la ciudad.



Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
Folklore Campechano
Autor: Guillermo González Galera
Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
Septiembre de 1977



El Tesoro del Pirata



Una noche del mes de Abril del año de gracia de 1592, desembarcó en las playas de Campeche un grupo de personajes misteriosos. La maniobra ocurría en la zona de los manglares, que ahora se hallan a un paso de la ciudad, pero que, en aquel entonces, estaban a considerable distancia del pequeño puerto y se perdían en la espesura tropical característica de la región.

La del desembarco era tierra de nadie, y la selva que allí crecía propicia para disimular diligencias de forajidos. De más está anotar que el silencio reinaba en el lugar y que, a excepción de las figuras que se agitaban en la playa, ningún otro ser humano podía localizarse a esas horas en las cercanías, ya que aquellos andurriales permanecían desiertos incluso de día. El grupo llegado del mar en la negrura de la noche lo componían cuatro sujetos; y, quien hubiera sido testigo de lo que acontecía, habría observado que dos de los personajes, por su atuendo y sus gestos, no eran sino filibusteros, y los dos restantes, prisioneros que los bandidos habían adquirido en alguno de sus abordajes oceánicos.

Habiendo amarrado el bote en que desembarcaron, los cautivos, en acatamiento a las órdenes de los piratas que, sable en mano, dictaban peretorias disciplinas, pusiéronse en marcha hacia el interior cargando sobre sus hombros dos enormes cofres que, a juzgar por el lento paso de los porteadores, habían sido llenados a toda su capacidad de peso de varias decenas de kilos. La caravana se internó en la jungla y a poco arribó a las faldas del cerro en donde posteriormente fue construído el castillo de San José el Alto, subió por una vereda y desviándose en la cima se dirigió a un emplazamiento en que, traspuesto en seto de arbustos, apareció la boca de una caverna. Los piratas, que, por la seguridad con que se movían en medio de la obscuridad en esos parajes, indudablemente estaban familiarizados con la geografía del sector, mandaron a los cargadores penetrar en la gruta; y, caminando durante varios minutos por los pasillos de la misma y alcanzando un punto alejado de la entrada, ordenaron detener la marcha y depositar la carga en tierra.

El lector habrá comprendido ya que los cofres contenían oro y joyas en gruesas cantidades, producto de las depredaciones de los asaltantes, y que, siguiendo una tradición practicada en la hermandad, los ladrones del cuento habían llevado al sitio mencionado su botín para enterrarlo allí y agregarlo al caudal que periódicamente habían ido depositando en el refugio. Con los picos y palas que transportaron, los prisioneros, cumpliendo las indicaciones de sus captores, se dedicaron a cavar apresuradamente en el piso; y al cabo de una hora habían abierto ya una oquedad suficientemente amplia para recibir el precioso cargamento.

Mientras los cavadores transpiraban copiosamente después de terminada su ruda tarea, el que se conducía como jefe, examinando la hondonada abierta, exclamó satisfecho: -Habéis hecho un buen trabajo por lo cual os felicito. Estoy contento de vosotros y, para demostraros mi reconocimiento, os permitiré que descanséis para ahuyentar todas las fatigas que os hemos obligado a pasar.

Y, esto diciendo, lanzó una sonora carcajada que retumbó diabólicamente en la cueva. Los desgraciados presos se dieron cuenta de la sorna con que hablaba el desalmado solamente cuando vieron que se apoderaba de las pistolas que llevaba en bandolera sobre el pecho, y un rayo de luz iluminó sus embotadas conciencias: ¡estaban condenados a muerte!

Luego de asesinar a sangre fría a sus víctimas, los truhanes arrojaron los cadáveres al foso preparado para el tesoro, bajaron los cofres colocándolos sobre los cuerpos sin vida y procedieron a ocultar los vestigios de su fechoría rellenando adecuadamente, con la tierra extraída, el marco de los acontecimientos.

Regularmente, en el transcurso de tres años, se repitieron escenas semejantes a la descrita; de manera que la caverna de la historia se almacenaba ya, en el subsuelo, una fortuna respetable, de cuya existencia únicamente los dos piratas del presente relato poseían el secreto. Y en el año de 1595, hacía el mes de Diciembre, encontramos nuevamente a los dos pillos, en el camarote del jefe, poco después de haber obtenido un cuantioso botín arrebatado a una nao mercante que, pertrechaba con una fuerte dotación de oro en barras, se dirigía de Veracruz a España y ahora yacía en el fondo del Golfo.

Decía el cabecilla: -óye bien, dinamarqués: Como tú me has sido fiel en las buenas y en las malas, aunque sea yo un villano tengo también corazón, y quiero confiarte que éste será nuestro último viaje a Campeche. Has de saber que mañana, después de desembarcar y ejecutar lo acostumbrado, no volveremos a la nave. Proyecto establecerme en ese puerto como un honrado burgués, por lo cual tengo con qué. Y, por supuesto, tu, que has sido mi compañero leal, compartirás mi hacienda, pues no soy ingrato, para que te instales donde te plazca.

A lo que el dinamarqués respondió: -De acuerdo, capitán, y no puedo menos que agradeceros vuestra generosidad y alabar vuestra decisión. Estoy presto a obedeceros como siempre. Pero ¿no creéis que la tripulación entrará en sospechas cuando no nos vea regresar?
-¡Ca! ¡Descuida! Nuestros amigos tienen cuenta con la justicia, igual que nosotros, aunque hasta hoy no hayamos sido identificados; y si no nos ven volver, pensarán que las autoridades nos descubrieron; y, para evitarse dificultades, zarparán olvidándose de nosotros.

El danés conociendo la mentalidad bucanera, entendió que su jefe decía la verdad, y respondió: -Tenéis razón, capitán. Nuestros hombres no querrán sacrificarse por vos, pues por algo son piratas, a pesar de que siempre habéis tratado equitativamente en todo. Y no dudo que, convencidos de que caímos en manos del verdugo, no desaprovecharán la oportunidad para adueñarse de vuestro velero creyendo que son muy listos.
-¡Adelante, pues! –dijo el jefe-. ¡Y no se hable más del asunto.

Al día siguiente, los bandidos desembarcaron en el sitio habitual y ordenaron a sus prisioneros marchar al escondite del tesoro. Ya en la gruta, abierta la cavidad para depositar el botín, el capitán sacó las pistolas para despachar a los infortunados porteadores; pero, al pretender disparar, las armas no funcionaron. Reaccionando, los prisioneros, quisieron escapar, pero fueron bloqueados en su intento de fuga por el danés que, de certeros mandobles, envió a los indefensos al otro
mundo.
-¡Bien hecho, dinamarqués! –gritó el capitán-. Y ahora procedamos a sepultar a éstos y repartirnos el tesoro para avecindarnos en Campeche.
-¡Un momento, capitán! ¡Vos no iréis a ninguna parte! –dijo el danés-. ¡Tiempo ha que esperaba una ocasión como ésta, y ahora que se presenta no voy a desperdiciarla!.
-¿Qué quieres decir, insensato?-, rugió el jefe.
-Quiere decir, capitán –repuso resueltamente el danés-, que si creéis en Dios o en el diablo rezad vuestras oraciones a cualquiera que os convenga, pues ya sois hombre muerto.

Y vació sus pistolas sobre el sorprendido filibustero, que rodó exánime a los pies del facineroso.

Varios años después, un personaje de rostro curtido por el sol, que había llegado al puerto en calidad de gran señor, contrajo matrimonio con una hermosa y aristocrática dama. Y, aunque por lo bajo se comentaba que el personaje tenía modales de rústico, que salpicaba su conversación con juramentos de mozo de cubierta y que, además de insolente, acusaba feroz aspecto, su riqueza garantizaba su elevada alcurnia. Y los desposados fueron el tronco de una de las más linajudas y renombradas familias que hubo en Campeche durante el período colonial.



Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
Folklore Campechano
Autor: Guillermo González Galera
Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
Septiembre de 1977

Hecho por: Carlos Manuel Vides Torres